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En mi sueño quimérico estuviste,
en mi esperanza mágica ya estabas,
en mi radiante anhelo tú exististe,
en mi recóndito jardín jugabas.
En el mórbido rayo de la luna,
en la dorada luz del sol naciente,
en el misterio alado de la bruma,
en el sereno enigma de una fuente.
En el helado brillo del diamante,
en la pasiva fuerza de la roca,
y en la vida del árbol rozagante.
En la divina creación
esplendorosa;
en el eterno propósito de Dios;
allí estuviste tú; mi amada hermosa.
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Te canto con palabras de la
Biblia;
mi pluma rasga plana y corazón.
No quiero para ti cruel aflicción
pues sueño te deseo, y no vigilia.
Eres el más preciado de los
hombres.
El cielo te colmó de inmensos dones,
de gracia te llenó y de bendiciones,
y nombre puso en ti sobre otros nombres.
No alcanzo a definir mi gozo
ameno,
ni puedo yo expresar tan eminente
y noble inspiración de que estás lleno.
Es justo que tu amor llene mi
mente
y, plácido, consuéleme sereno
en tanto tu persona siga ausente.
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